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CRISTINA NÚÑEZ
Cáceres
Miércoles, 11 de diciembre 2019, 07:10
Blanca Bejarano era una de esas personas que nunca se había planteado hacerse un tatuaje. «Nunca se me había pasado por la cabeza», admite. Ahora, desde el 8 de noviembre, disfruta íntimamente de los trazos de tinta en su piel que le han devuelto las ganas de mirarse al espejo. Ese día, hace un mes, acudió al estudio de tatuajes de Jesús González y José Manuel Méndez para que le dibujaran en el pecho los pezones que perdió en sus mastectomías. Diagnosticada de cáncer de mama en 2016 (primero de un pecho y a los dos meses del otro), operada y tratada, se sometió a una reconstrucción de senos con prótesis en la sanidad pública en 2018. «Fue todo muy bien, pero, claro, no es lo mismo que un pecho real», explica Blanca sin perder la sonrisa. Le brillan los ojos de puro contenta. «Ahora miro mi cuerpo de otra forma, no son mis pechos, pero me gustan», afirma. Verse en toda su integridad le hace olvidar el azote de cinco operaciones y del tratamiento posterior.
En ese cambio sustancial en su fisonomía ha tenido que ver el estudio de tatuajes Cactus Rosa, que abrió sus puertas hace medio año en la calle San Petesburgo, en Nuevo Cáceres. Varias historias paralelas se cruzaron y en esa tangente surgió una nueva amistad y un relato emocionante que hace llorar, literalmente, a sus protagonistas, aunque al contarlo luchan para contenerse.
«Mi sobrina me enseñó un anuncio que habían puesto en Facebook, y en el que se ofrecían a hacer tatuajes a los pechos mastectomizados gratis», explica Blanca. Acudió al taller para comprobar que todo era según le explicaban. «Nos pusimos de acuerdo, lloramos un rato los dos (ella y Jesús) y pedí cita». Blanca, que ahora tiene 52 años, consultó antes de someterse a este proceso de tatuaje a sus médicos, y recibió opiniones diferentes.
«El oncólogo no me lo recomendó porque él prefiere que te lo hagan en el hospital, se suele pensar que es todo más higiénico, aunque yo he estado muy segura en el estudio, está perfectamente limpio y abren todo el material que usan delante de ti». El facultativo no le dijo que no, pero no se mostró muy entusiasta con la idea.
«Yo no me quedé conforme y me fui a ver a mi cirujana plástica, Carolina Morgado, que me animó, me dijo que me lo hiciera y que se lo enseñara».
Las reconstrucciones mamarias de Blanca chocaron con la dificultad añadida de una piel muy fina que no permitía, por ejemplo, poder crear unos botones mamarios, por lo cual su pecho queda plano. «No hay nada, eso es solo piel, queda como un bulto». La sanidad pública lleva a cabo una micropigmentación, pero son colores que no perduran en el tiempo.
Las manos que han conseguido hacer de una superficie plana un relieve perfecto son las de José Manuel Méndez, un verdadero experto en el trazo pequeño. «Afronté el trabajo como otro cualquiera, sin ningún problema añadido, es un 3D, un tatuaje realista». En la nómina de este artista de la aguja están, además de mil y un figuras, tatuajes sobre cicatrices, restos de operaciones. Eso sí, reconoce que es un trabajo especial, porque ha ayudado a hacer que una persona recupere la autoestima. «Por eso lo hacemos gratis». De hecho su idea es que más mujeres se dirijan a ellos. «Queremos dedicarle un día o dos al mes a esta actividad».
Fue Jesús González, el dueño del estudio de tatuajes, el que le dio a la palanca que impulsó esta historia. «En mi familia tristemente siempre ha habido muchos casos de cáncer, ninguno de mama, pero varios de colon y de páncreas, lo tenemos muy asumido, sabemos cómo se pasa y es durillo, estamos muy concienciados con la causa, yo lo tengo muy metido en la cabeza y colaboro en lo que puedo». Hace unos meses vio un reportaje televisivo en el que contaban cómo un tatuador ofrecía este servicio a mujeres a las que habían extirpado y reconstruido sus mamas. Tenía el estudio recién abierto y entendió que era una obligación prácticamente moral la de ofrecer gratuitamente este servicio. «Sabemos que en el mercado cobran unos 400 o 500 euros, a mí me parece un despropósito».
El pasado jueves en el estudio Blanca se llevaba las manos a la cabeza porque había olvidado un regalo que tenía para Jesús y José Manuel en su casa por el trabajo hecho. De repente, estallaron las risas en el grupo por el despiste. Ya más en serio los tatuadores dicen que para ellos la mayor satisfacción fue ver la cara de Blanca cuando se miró el torso en el espejo y fue consciente del cambio, que se ejecutó en solo dos horas y prácticamente sin dolor porque tras las operaciones ha perdido sensibilidad en la zona.
Después de todo su proceso, y aunque suene a tópico, Blanca ve la vida con otros ojos. Ha sido un obstáculo que le ha servido también de aprendizaje y le ha ayudado a valorar la vida. Dos meses antes de ser diagnosticada se quedó sin su empleo de dependienta en una tienda de ropa por cese del negocio, una mala racha que remonta ya con un nuevo trabajo de operaria en una fábrica en la que verifica las piezas de Catelsa.
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