Badajoz ha sido históricamente una ciudad de cuarteles y conventos. Aunque sin la preeminencia de otros tiempos y a puerta cerrada, militares y religiosas son parte de la sociedad pacense. Y, en el escenario actual de crisis sanitaria, también ellos están poniendo su granito de arena para ganarle la batalla al coronavirus.
A los militares de Bótoa se les ve desde hace casi dos semanas paseando por las calles para velar para que se cumpla con el confinamiento. Las monjas siguen en su clausura, pero su solidaridad ya ha traspasado los muros de sus conventos.
En Badajoz quedan tres comunidades de religiosas de clausura. Son las clarisas de Santa Ana y Las Descalzas y las carmelitas del convento de la calle López Prudencio. Desde hace una semana, las monjas han roto su rutina para, entre rezo y rezo, cortar patrones, hilvanar telas, coserlas para darles forma de mascarillas y plancharlas. Es su contribución material a la falta de medios de protección que tienen todos aquellos a los que el COVID-19 ha puesto en primera línea de fuego.
«Es una alegría poder contribuir de una manera física a esta situación que estamos viviendo. Lo hacemos con dedicación y cariño. Para nosotras es algo nuevo pero cuando hay que colaborar la creatividad sale, como decimos aquí, Dios nos da la gracia para el oficio», manifiesta la hermana Esperanza, del convento de las carmelitas.
Atienden la llamada de socorro de Cáritas, que en estos días de confinamiento está velando para que los que no tienen hogar puedan cumplir la cuarentena fuera de la calle.
Los trabajadores, voluntarios y residentes de los centros de acogida de Badajoz y Mérida (Centro Hermano y Padre Cristóbal, respectivamente) y del albergue temporal para los sintecho que se ha montado en el polideportivo de Las Palmeras necesitan mascarillas y son ellas, las monjas que quedan en Badajoz, las que en una semana les han provisto de esta protección, que en tiempos de coronavirus es un bien de primera necesidad. Casi 500 les han hecho llegar ya.
Publicidad
Tras esta primera remesa siguen trabajando. Ahora lo hacen para las hermanitas de los pobres del asilo, la residencia de ancianos que está junto a La Granadilla. «No tienen mascarillas. Nos dijeron las hermanitas que llevan quince días reutilizando las mismas», cuenta la hermana Carolina de las clarisas del convento de Santa Ana.
En cada comunidad han inventado su propio patrón. En Santa Ana las están fabricando con dos caras: la interna con entretela y la exterior de algodón blanco. Cáritas, tejidos Murga y otras mercerías de la ciudad les están haciendo llegar el material.
Publicidad
«Se pueden lavar y la entretela hace de aislante», destaca la hermana Carolina. En su comunidad son seis hermanas las que están afanadas en la costura. Estos días han cambiado el obrador por las agujas y las máquinas de coser. «Estamos apurando cada minuto que tenemos para hacer las mascarillas». Le dedican el tiempo que duraría su jornada laboral normal en la comunidad más los tiempos de descanso y recreación.
En Las Descalzas necesitan material. Las religiosas empezaron a coser mascarillas pero la tela que les donaron no ofrece la suficiente protección y están esperando a que les llegue alguna remesa para reanudar su tarea. Tanto ellas como el resto de comunidades de clausura de la ciudad necesitan material para poder seguir trabajando porque las peticiones no cesan. Desde el comedor de Martín Cansado y de la Soledad también les han pedido ayuda. Telas a ser posible nuevas, entretelas y gomas es lo que necesitan.
Publicidad
En el convento de López Prudencio están cosiendo las protecciones con telas de pellón que les han donado. Han transformado su sala de recreación en un taller de costura. Las mascarillas que están haciendo una docena de religiosas son con pliegues como las quirúrgicas. «Son muy laboriosas pero está siendo un trabajo muy bonito», destaca la hermana Esperanza.
A unas y otras el coronavirus también les ha cambiado su rutina. «Nuestra vida no es de trabajo comunitario, aquí cada una tiene su oficio, pero esto nos ha alterado un poco, como a todo el mundo», añade.
Publicidad
Ellas no son ajenas a lo que está ocurriendo fuera. Acceden a los medios de comunicación y a Internet y aunque para estas religiosas de clausura el confinamiento es su normalidad, no son inmunes ni al contagio ni al sufrimiento. Así lo reivindica la hermana Carolina: «Nuestro deber tanto como ciudadanas comunes como mujeres cristianas consagradas, es estar al tanto de la situación. Nosotras no estamos hechas de otro barro ni exentas al contagio, tenemos hermanas muy mayores a las que estamos cuidando como un tesoro porque tienen un riesgo muy alto. Y lo que no podemos hacer físicamente, lo hacemos con nuestra oración. Estamos totalmente dedicadas a rezar por los que han muerto y por los que están enfermos».
PRIMER MES GRATIS. Accede a todo el contenido
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
La NASA premia a una cántabra por su espectacular fotografía de la Luna
El Diario Montañés
Publicidad
Te puede interesar
La NASA premia a una cántabra por su espectacular fotografía de la Luna
El Diario Montañés
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.