José López Santana.

"Hay que aprender a mirar con otros ojos"

José López Santana, cooperante internacional

Evaristo Fdez. de Vega

Viernes, 26 de enero 2018, 06:44

Jesús López Santana es un histórico en la cooperación internacional. Portavoz de Cruz Roja durante años, viajó a Mozambique, Malí y Burkina Faso para dar a conocer los proyectos que allí se desarrollan. «Hasta que no ves esta realidad en directo y regresas, no relativizas una serie de cuestiones que en latitudes como esas pasan absolutamente desapercibidas», repite desde entonces, una reflexión a la que pone rostro en África, con rostro de mujer, una exposición de fotografías realizadas en sus viajes que puede verse hasta el 31 de enero en la Biblioteca Bartolomé J. Gallardo de Badajoz.

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¿Qué se va a encontrar al espectador?

Una secuencia de fotografías de mujeres africanas. Las elegimos a ellas porque entendíamos que son el alma máter de la sociedad africana. En el fondo, son el alma máter de todas las sociedades, pero en África se pone especialmente de manifiesto porque las mujeres son las responsables de la economía familiar, de garantizar el agua corriente, de que los niños reciban atención médica y vayan a la escuela... Al final, son ese motor que mueve África.

¿Cómo entró en contacto con esa realidad?

El origen está en un viaje que realicé junto a Juan Carlos Navia, de Gaia Producciones, a la provincia Cabo Delgado, que está en Mozambique. Es un lugar al que nadie llega y hay poblaciones a las que no se puede acceder en la temporada de lluvia porque quedan intransitables los caminos. Ese viaje lo hicimos con la Agencia Extremeña de Cooperación y la Cruz Roja, y fructificó en un documental que se llama Kushukuru, que significa gracias en makua. En 2014 repetimos la experiencia en Mali y Burkina Fasso para conocer proyectos relacionados con la lucha contra la mutilación genital femenina y el acceso al agua.

¿De qué hablan esas imágenes?

Fundamentalmente que otro mundo es posible, porque nuestra visión desde esto que hemos dado en llamar el primer mundo, donde todo es aparentemente fácil, donde cualquier cosa nos crispa, donde las prisas nos llevan de un lado para otro sin reposar las cosas, no existe en África. Allí la gente tiene una lucha diaria que es la supervivencia. Para muchas mujeres africanas el principal problema hoy es que su hijo menor de cinco años no se muera por una malaria o porque no tiene acceso a los alimentos. Para otras es recorrer siete kilómetros para encontrar agua y traerla al poblado.

Los rostros de estas mujeres impresionan por su expresividad, parecen transmitir esperanza...

Cuando te miran están trasmitiendo esa lucha diaria, su capacidad de adaptación, y otra cosa que a veces no somos capaces de ver desde aquí: que a pesar de todo son felices porque están siendo protagonistas de su propio desarrollo y a su ritmo.

Sus historias deben impactar.

Mucho, por ejemplo la de Dinding Souko, una niña que en 2013 tenía 11 años y había sido víctima de la mutilación genital femenina, que en su zona se practica en el 90% de los casos. Como consecuencia de esa práctica sufrió una tumoración genital y tuvo que ser operada en un hospital en Bamako gracias a un proyecto de cooperación. Más tarde entró en un proyecto de atención psicológica y ahora su familia está trabajando para luchar contra esa mutilación porque consideran que provoca problemas para la salud.

Observando las expresiones de estas mujeres, cuesta imaginar que lo hayan pasado tan mal.

A mí me impresiona la fotografía de Fátima, una mujer que tenía un niño con un problema de malnutrición severa. Lo pasó mal, pero ese es su entorno y, por duro que parezca, están acostumbrados a que los menores de cinco años tengan un índice de mortalidad tremendamente alto. Esta mujer era feliz porque su hijo todavía no había muerto. Eso quiere decir que hay esperanza.

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¿Somos conscientes en Europa del privilegio de vivir aquí?

Yo creo que no. Es más, hasta que no ves esta realidad en directo y regresas, no relativizas una serie de cuestiones. Problemas que aquí nos pueden parecer terribles como que se nos ha averiado el móvil, en latitudes como esas pasan absolutamente desapercibidos porque las prioridades son otras.

¿Lograrán esos países unos niveles de desarrollo aceptables?

Siempre hay posibilidades de mejora. Ellos son protagonistas de su desarrollo, pero vivimos en una aldea global y también necesitamos cambiar nuestra mentalidad porque la mejora de las condiciones de vida en África va a condicionar también la vida en nuestro entorno. Si no aunamos fuerzas, es imposible que la igualdad, el desarrollo, la justicia y la dignidad lleguen a todos los seres humanos.

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¿Son estas mujeres las mismas que viajan en cayuco o saltan la valla de Melilla?

Este es uno de los grandes fracasos de los estados del norte, porque a través de Naciones Unidas asumieron el compromiso de atender a las personas que huyen de zonas de conflicto o que son perseguidos en su tierra. Nadie quiere irse, pero cuando pierdes tu casa, tus amigos y empiezas a ser perseguido, tiendes a huir a otro sitio donde las condiciones de vida sean mejores. Eso lo hacen personas que viven en África y lo haría cualquiera de nosotros si nos viéramos en una situación parecida. Si no somos conscientes de la necesidad de facilitar la vida en los entornos donde las condiciones de vida son menos favorables, la gente seguirá huyendo; pero si conseguimos lo contrario, la gente querrá estar en su entorno y al final el fenómeno migratorio tendrá otras dimensiones.

¿Qué aporta la cooperación internacional?

En esas latitudes no es más que un acompañamiento para que ellos sean protagonistas de su propio desarrollo. Un ejemplo son las organizaciones que trabajan en la cooperación internacional, como Cruz Roja, Médicos sin Frontera, Manos Unidas, Cáritas o Médicos del Mundo. Y luego está la Agencia Extremeña de Cooperación Internacional, que además de financiar esos proyectos, trabaja en la sensibilización de los jóvenes y la ciudadanía para cambiar la percepción de esta realidad.

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¿Son útiles esos proyectos?

Claro que sí. Por ejemplo, hay uno que permitió construir letrinas familiares. Eso salva más vidas que enviar 50 médicos, porque cambia hábitos de vida con una solución muy sencilla y adaptada a su realidad.

¿Qué puede hacer un ciudadano anónimo para contribuir al cambio de esa realidad?

Lo primero es aprender a mirar con otros ojos y colaborar con esas organizaciones que se comprometen con los que más sufren. Pero fundamentalmente hay que convencer a los gobiernos que elegimos cada cuatro años de que hay que tener un compromiso con los que peor lo están pasando, porque al final sus problemas son los problemas de todos.

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