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Rafael Babot, en la sede de Badajoz del Teléfono de la Esperanza.
Voluntariado contra la soledad

Voluntariado contra la soledad

Rafael Babot dedica unas 30 horas al mes al Teléfono de la Esperanza para tratar de ayudar a personas que no conoce a encontrar una solución a sus problemas

José M. Martín

Viernes, 15 de septiembre 2017, 08:39

Con un bolígrafo, una carpeta con varias fichas y dispuesto a escuchar llega Rafael Babot González a la sede del Teléfono de la Esperanza de Badajoz. Allí releva al voluntario que ha realizado el turno anterior al suyo, se sienta en la mesa del despacho que está habilitado para recibir las llamadas y espera que suene el aparato.

Hace unos dos años y medio que sigue esta rutina. Ese es el tiempo que lleva colaborando con la asociación. Pero antes de empezar a coger el teléfono, este enfermero jubilado tuvo que realizar unas acciones formativas que le prepararon para enfrentarse a los llamantes, como se refieren internamente a las personas que utilizan este servicio. «Recibimos mucha formación; tenemos un seminario, talleres y nos vamos reciclando», expone Babot, añadiendo que también pasan por un periodo de coescucha. «Son dos partes, en una escuchamos la conversación de un voluntario veterano y en la otra es él quien nos escucha a los nuevos e interviene si es necesario».

La duración de esta etapa previa es variable y depende de cada persona. En el caso de Babot, él jugaba con la ventaja de haber ejercido su profesión en psiquiatría y psicología, con lo que ya tenía experiencia a la hora de escuchar a la gente. «En Enfermería escuchamos a los pacientes, porque hay muchos que necesitan hablar», comenta como una de las variables por las que se decidió a colaborar con el Teléfono de la Esperanza.

El motivo que le llevó a iniciar este voluntariado fue encontrarse con más tiempo libre tras su jubilación. «Siempre había tenido claro que quería formar parte de una oenegé cuando me lo permitiera mi situación y hacer algo por las personas necesitadas», dice Babot, que cree que ha acertado a la hora de integrarse en el equipo de voluntarios que forman el Teléfono de la Esperanza, ya que es consciente de que hay gente que no sirve para realizar esa función. «Hay una oenegé para cada persona», afirma, indicando que hay que estar mentalmente equilibrado para poder sobrellevar la carga emocional que en ocasiones supone atender las llamadas.

Experiencia

Algunas de las frases más repetidas por Babot al teléfono son: ¿en qué le podemos ayudar?, cuénteme o estamos para eso. Con estas muletillas trata que los llamantes se abran y confíen en quien les escucha. «Nos recomiendan ser nosotros mismos, pero dentro de un patrón», detalla este voluntario en referencia a las pautas que reciben en la formación. «No podemos transmitir negatividad. Escuchamos, pero no aconsejamos ni compadecemos. Debemos orientar y hacer reflexionar, porque es la persona que llama la que tiene que encontrar la solución», añade.

Todo lo relativo a la llamada queda registrado en una ficha que tiene más de 20 parámetros diferentes y que el voluntario debe rellenar tras colgar el teléfono. De esta forma, el resto de integrantes del Teléfono de la Esperanza pueden revisar el listado, algo que deben hacer cada vez que empieza su turno. «Nos sirve para aprender y para detectar pautas y poder dar una mejor atención», afirma Babot.

Las fichas son anónimas, porque no se pide ningún dato personal, ni los voluntarios aportan los suyos, aunque por norma general son capaces de identificar a los usuarios del servicio. «Hay llamantes crónicos, habituales, esporádicos y gente que llama una sola vez y el rasgo más frecuente en todos ellos es la soledad. Lo habitual es que llamen con algún problema, grande o pequeño, pero que se agrava al encontrarse solos», según este voluntario.

Además, en ocasiones hay cosas que no son fáciles de escuchar con las que resulta muy difícil empatizar e historias realmente duras. «Sueles salir agotado, sobre todo cuando el turno es nocturno y los teléfonos de otras provincias se desvían aquí. Sin embargo, es muy gratificante, porque sientes que estás ayudando a alguien», reconoce Babot, que asegura que son amplia mayoría las conversaciones que acaban con su interlocutor admitiendo sentirse mejor que antes de hablar y agradeciendo la labor que realizan.

Por todo esto, indica que no le supone un esfuerzo las 30 horas mensuales que dedica al Teléfono de la Esperanza, a lo que hay que sumar la coordinación de los turnos y los talleres que imparte.

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