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Álvaro Rubio
Sábado, 25 de marzo 2017, 03:07
Desde hace unos días, Asun Ibáñez y Lucía Sánchez tienen una «sensación de culpabilidad» que les persigue cuando se montan en el coche, cuando salen a comer a un restaurante, cuando se conectan a su red wifi o simplemente cuando encienden la luz de su casa. Hace un mes eso no les pasaba. Ni siquiera se lo planteaban. Y es que a estas dos farmacéuticas, madre e hija, un viaje les ha cambiado su forma de ver el mundo.
Hace una semana que han aterrizado en Madrid tras pasar 15 días en Gambia, la nación más pequeña de África y una de las más pobres. Concretamente, han estado en Madina Salam, un poblado en el que viven cuatro tribus donde no hay electricidad y los medicamentos y la comida escasean. «Mi madre siempre quiso hacer un voluntariado. Era su asignatura pendiente, pero nunca antes había tenido la oportunidad. Así que por su cumpleaños decidí regalárselo. Compré los billetes de avión y cuando se lo dije se echó a llorar emocionada. No lo dudó y nos pusimos manos a la obra para organizarlo todo», comenta Lucía cuando recuerda cómo surgió la idea de colaborar con Wonder Years Centre of Excellence (WYCE), una oenegé que trabaja por la educación y la atención de la salud en Gambia.
«Di con esta organización por casualidad. Estaba trabajando en la farmacia donde llevo ejerciendo durante más de cuatro años, en Walsall, un pueblo situado al noroeste de Birmingham, y una tarde entró un cliente para comprar las pastillas contra la malaria. Fue el quien me comentó que iba a colaborar con WYCE», detalla Lucía, bilbaína de nacimiento y extremeña de adopción que ha vivido en Cáceres hasta los 23 años, cuando decidió irse a Inglaterra para aprender inglés y ejercer su profesión.
Ella está acostumbrada a viajar, pero nunca antes su maleta se había cargado de una «experiencia tan gratificante». La de su madre, bilbaína que vive en Cáceres desde 1981, tampoco. Ambas son las primeras españolas que colaboran con esta oenegé inglesa que desde 2001 ha conseguido construir, en Madina Salam, un colegio en el que ofrecen educación y una comida al día para más de 500 niños. Además, han puesto en funcionamiento una clínica de atención primaria y un servicio de traslado de emergencia al hospital.
En esos dos espacios han estado trabajando Lucía y Asun durante dos semanas. Los únicos requisitos para hacerlo han sido la presentación de un certificado de penales y muchas ganas de ayudar. Y eso, por lo que cuentan, les sobra. Les han enseñado los números en inglés a los más pequeños del colegio, han pintado algunas de las instalaciones del centro y han cantado canciones con ellos, entre otras muchas cosas. Pero lo más importante es que les han llevado salud. Sus maletas llegaron cargadas de medicamentos. «Paracetamol, ibuprofeno, protectores de estómago, anestésicos para los dientes, gotas para los ojos, material para curas, etc.», detalla Asun, quien apunta que antes de emprender el viaje tuvieron que seguir un protocolo sanitario específico que pasa por tomar las pastillas contra la malaria diariamente, así como vacunarse contra la fiebre amarilla, la difteria, la meningitis, el tétano, la hepatitis B y A y la fiebre tifoidea.
Además, tuvieron que hacerse con un certificado de la organización para poder transportar los medicamentos hasta Madina. «La enfermera y la asistente de la clínica nos agradecieron mucho la aportación. También nuestra ayuda durante esos días», apuntan madre e hija. Ambas coinciden en que uno de los momentos más complicados del viaje, también se convirtió en uno de los más bonitos. «En la clínica no hay médico y es la enfermera la que se encarga de todo. Nosotros como farmacéuticas ayudamos en lo que pudimos. Hasta asistimos a un parto de una mujer del poblado. Estuvimos dos días sin separarnos de ella. Finalmente, por complicaciones, tuvo que ser trasladada al hospital para dar a luz», recuerdan justo antes de contar que el principal problema en Gambia es la falta de alimentos.
«Llevar medicinas es importante, pero la comida lo es aún más», aseveran. Por ese motivo, organizaron una merienda para los 700 niños del colegio. Estuvieron haciendo bocadillos durante toda la mañana con los 20 kilos de tabletas de chocolate que habían llevado desde España en sus maletas. «Fue sólo un pequeño gesto, una simple ayuda que no cambia nada», confiesan Lucía y Asun, conscientes de que, al menos, contribuyeron a crear la tarde más dulce que se recuerda en Madina Salam.
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