«Necesito adaptar mi casa a la discapacidad de mi hijo»
Ayuda. Esta pacense de 64 años tiene un hijo con la enfermedad de Brueger, por la que ha perdido poco a poco los miembros hasta quedarse sin las dos piernas y los dedos de las manos
«No sé». Es la frase que repite con insistencia Paqui Ramos, de 64 años. Prosigue: «Ni dónde acudir, ni a qué puerta llamar, ni qué hacer». Pero conoce, y muy bien, los sinsabores de la vida.
Todo lo que pide es una ayuda para adaptar su casa a las necesidades de su hijo. José Francisco tiene 42 años. Hace trece le diagnosticaron la enfermedad de Buerger. Cuando tenía 29 le salió una pequeña herida en un dedo del pie que obligó a los médicos a cortarlo. Paulatinamente los perdió todos. Después los dos pies, las piernas, ahora algunos dedos de las manos y la última operación ha consistido en amputarle una rodilla. Tiene reconocida una discapacidad del 82% y cobra por ello. Entre esa paga y la orfandad de su padre, roza los 800 euros de ingresos mensuales. Él dispone de ese dinero.
Su madre, Paqui, recibe otros 157 euros por cuidarle y trabaja como limpiadora de oficinas y comunidades. El martes, día de la entrevista con HOY, su jornada empezó a las 6.30 horas. Su nómina apenas supera los 200 euros. Para sobrevivir, tiene sus apaños. Sus días laborales se alargan unas nueve horas.
«Puedo vender la casa, pero ¿qué me dan? ¿30.000 euros? ¿Qué puedo comprar con ese dinero?», se pregunta
Entre unas cosas y otras, atiende a su hijo, con quien ella dice tener una relación complicada que la ha llevado a volver a casa de su madre. «Tiene muchísimos dolores. Está contra el mundo y lo paga conmigo. Pero una madre nunca deja a un hijo», dice.
Aún así, cada mañana le pone el desayuno, le guisa, le limpia y le ayuda a moverse dentro de la casa baja de San Roque, que ella heredó de sus padres hace décadas. En la entrada tiene siempre una sábana que se ve obligada a extender por el suelo y, a fuerza bruta a punto de cumplir los 65, ayudar a su hijo a colocarse encima y tirar de él.
Lo que Paqui necesita es adaptar su casa. «Puedo venderla, pero ¿qué me van a dar? ¿30.000 euros? ¿Qué compro con ese dinero?», se pregunta. Para que su hijo pueda vivir ahí y desenvolverse mejor tiene que eliminar los escalones con los que se salvan las distintas alturas en que está dividida la casa. Dos escalones para entrar, dos para llegar al salón, otros para la cocina, algunos más para un baño con bañera sin adaptar, losetas rotas... Hasta la última intervención, su hijo andaba de rodillas. Pero la última operación se lo impide. Desde hace dos meses el muñón empieza antes en una de las piernas y ya no puede colocarse las rodilleras.
Paqui sabe que su hijo estaría mejor si se cuidara. «Ha llevado una vida muy loca». Lo primero que le dijeron los médicos es que debía dejar el tabaco, que «para él es veneno», pero trece años después de perder el primer dedo no lo ha hecho. «El problema es que no sé qué hacer, necesito que me ayuden a quitarle los escalones de mi casa para que él pueda moverse o que pueda llegar a algún acuerdo para vivir en otra casa que esté adaptada».
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Ingresos
Esta pacense admite que tiene complicado que las administraciones le ayuden. Ha acudido al Ayuntamiento y a la Junta de Extremadura. Ha preguntado en los planes de vivienda de Extremadura, por las ayudas al alquiler y en la Inmobiliaria Municipal, entre otros sitios. Pero de momento no ha recibido ninguna respuesta que le ayude a salir de esta situación. Reconoce que los ingresos de su hijo y el hecho de que la casa sea propiedad de ella dificultan tener acceso a otras ayudas.
Pero también ve que está llegando a su límite y sobre todo se ha dado cuenta de que necesita alguien en una administración que le eche una mano. De hecho, dice que ha encontrado «dos ángeles» en el departamento de Prestaciones de la Seguridad Social, en el edificio Múltiples de Badajoz. Esas trabajadoras han puesto todo su empeño en que pueda cobrar alguna cantidad por una pensión de viudedad de su marido, del que se divorció hace años y de quien guarda una sentencia condenatoria por malos tratos y lesiones a ella y a su madre.
Se casó a los 18 años y con pocos estudios tras haber ayudado a sus padres en una tienda y un bar. Compatibilizó el cuidado de sus dos hijos y su trabajo limpiando casas. Un día, su marido se marchó y ella sacó adelante sola a los pequeños. Se divorció «en rebeldía» porque él no quería la disolución matrimonial a pesar de vivir en otra ciudad. Años después conoció a su pareja, en quien se apoya, y tuvo otra hija. Su vida iba al fin bien hasta que a su hijo le dolió un dedo del pie. Y lleva trece años preguntándose cómo tirar hacia adelante.
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