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Miriam f. RUA
Badajoz
Viernes, 24 de mayo 2019, 08:00
Los Chichos ambientan la mañana en la plaza Nicolás Pérez Díaz de la barriada pacense de Los Colorines. Salen de los altavoces de un coche con las puertas abiertas. 'Porque todo lo que piensas tú, son ilusiones...'. y parece que está elegida a propósito para ellas, las mujeres que en las traseras de la plaza, en el único local abierto que hay, intentan cambiar su realidad y la de su barrio.
Este miércoles tocaba balance del programa en el que participan y que lideran los voluntarios de Cáritas de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción. Son los únicos que trabajan en el barrio y lo hacen con una veintena de mujeres entre semana y los sábados, con los niños.
Compartieron un desayuno entre ellas y con una decena de pacenses que en este curso les han echado una mano. José María Fernández Chavero las ha escuchado y María del Carmen García las ha guiado para encontrarse a sí mismas con la meditación. Antonio les ha enseñado a aprovechar el agua y a reciclar –aunque solo hay un contenedor para todo el barrio–. Los cocineros de Gladys, El Vivero y Lugaris a hacer dulces caseros y a cocinar platos saludables y Mabel Carmona (de Clinis) a aprender a comer. Pilar Andújar les ha descubierto la historia del flamenco y de los flamencos de Badajoz. Y todos les han hecho sentir que hay gente que cree en ellas.
Esto último es lo más importante porque todas tienen en común el desempleo, salvo alguna que limpia casas cuando la llaman. Viven de la renta básica, que amortizan el mismo día que cobran llenando los congeladores para asegurarse el plato hasta fin de mes. Ninguna vive en Los Colorines porque quiere, sino porque es ahí donde les ha dado la Junta una vivienda social. Pero su malestar con el barrio es, fundamentalmente por sus carencias, que son todas. «Nos tienen aislados, nos sentimos como bichos», dicen.
En Los Colorines no hay ni un negocio (legal). Hasta para comprar el pan tienen que salir del barrio. «No se vive bien, aquí hay más porquería que otra cosa», dice Guadalupe Expósito. «Y ratas, que nos comen», apostilla Araceli Silva. Tampoco hay plazas, aunque figuren como tales en el callejero, ni un banco, ni unos columpios, ni una fuente, ni papeleras. «Para los niños, este no es un buen sitio», comenta Conchi Martínez. Es un gueto aunque a nadie le guste llamarlo así.
Con esta realidad se dan de bruces a diario, pero ellas están cambiando. Lo percibe Joaquina Venero, la coordinadora de Cáritas que trata con ellas asiduamente. «Estamos logrando que salgan del barrio, que antes se negaban, y que sientan que tienen que reivindicar. Los 28 de cada mes vamos a San Francisco para pedir trabajo digno o por las personas sin hogar y hemos participado en la manifestación del 8M. Ahora no tienen tanto miedo a decir: 'Aquí estoy yo, vivo en Los Colorines y quiero cambiarlo'».
«Somos las primeras que tenemos que transformar el barrio y frenar a los que vayan a hacer algo mal», arenga Dioni Troya, una de las vecinas.
Venero dice que a lo mejor ni ella ni las mujeres con las que trabaja verán la transformación de Los Colorines. «Los niños puede que sí, pero necesitamos la ayuda de las instituciones», reclama.
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