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Lejos de casa por un mundo más justo

Lejos de casa por un mundo más justo

En unos cien proyectos. Una treintena de cooperantes extremeños se encuentran a día de hoy trabajando sobre el terreno en África, América latina y Oriente Próximo; a ellos se suman aquellos que realizan su labor desde la región

Jueves, 10 de septiembre 2020, 07:17

Notamos que mejoramos la vida de las personas y eso es muy gratificante». La frase es de Elizabeth Masero, pero la podría firmar cualquier cooperante. Ese es su objetivo. Para eso están desplazados en diferentes lugares del mundo. Y cuando lo consiguen, dadas las dificultades que existen para ello, la satisfacción es tremenda.

Pero no solo se ayuda sobre el terreno, la cooperación internacional al desarrollo también se realiza desde la región. Hay que diseñar proyectos y captar fondos. «Sin un trabajo no puede existir el otro», explica Peligros Folgado, otra cooperante.

Actualmente, Extremadura tiene cerca de una treintena de cooperantes repartidos por países en vía de desarrollo y zonas de conflicto. Pertenecen a diversas organizaciones y trabajan en proyectos muy variados, pero todos se pueden agrupar en tres grandes líneas: «La movilidad humana, el feminismo y las desigualdades y la sostenibilidad de la vida», apunta Silvia Tostado, presidenta de la coordinadora de oenegés de Extremadura (Congdex), que explica que en el último grupo están todos los programas relacionadas con la salud, los cuidados de las personas o la soberanía alimentaria, por ejemplo. «A los desplazados hay que sumar los 122 cooperantes trabajando dentro de Extremadura», cifra Ángel Calle, director de la Aexcid, la Agencia Extremeña de Cooperación al Desarrollo.

La Junta de Extremadura destina 12 millones de euros a la cooperación internacional, cerca del 0,23% de su presupuesto

En total Extremadura tiene 99 proyectos en ejecución. La mayoría en África, donde se centra el 51% de la cooperación regional.

Las organizaciones trabajan principalmente a través de subvenciones o fondos públicos, pero también hay aportaciones de empresas o donativos. «La cooperación es una política pública y eso significa que tiene que estar financiada con fondos públicos, como la educación o la sanidad», entiende la presidenta de Congdex, en la que se incluyen 52 organizaciones socias y siete colaboradoras.

Tostado apoya esta visión en los efectos de la globalización. «Una acción aquí tiene repercusión en cualquier parte del mundo», detalla. «Nuestras prácticas de consumo afectan, por ejemplo, al desarrollo de niños en Kenia o a los derechos de los pueblos indígenas en la Amazonía, por tanto es responsabilidad nuestra ayudarles».

La dotación económica de la Junta de Extremadura a la Aexcid es de 12 millones de euros. No llega al 0,23% de los presupuestos regionales. «Puede parecer poco, pero somos la segunda región en aportación por número de habitantes», informa Calle.

Ayer se celebró el Día del Cooperante.

Elizabeth Masero Visiga

«Sufrimos acoso por denunciar la violación de los derechos humanos»

Reside en Ramala, ciudad de Cisjordania. Lleva allí desde diciembre de 2016. Casi cuatro años. Allí, en la Franja de Gaza, Elizabeth Masero (37 años y natural de Valencia del Mombuey) tuvo su primera experiencia como cooperante sobre el terreno.

Periodista de formación, ya ha superado el tiempo medio que un cooperante pasa en Palestina. «Suele ser de tres años», explica Elizabeth desde el otro lado del teléfono. «Este lugar es bastante intenso y en ocasiones la situación te supera y te cansa», reconoce a pocas horas de coger un vuelo para regresar a Extremadura.

Son sus vacaciones y tras ellas volverá a Ramala. Tendrá que pasar un periodo de aislamiento domiciliario. Normalmente, viaja a su tierra tres veces al año. Pero en 2020 ha tenido que suspender o retrasar algún desplazamiento a causa de la pandemia de la covid.

Su visado de trabajo es de cinco años y tiene pensado cumplirlos todos. «Cuando Paz con Dignidad –la oenegé para la que trabaja– me ofreció la oportunidad de venir, no me lo pensé», afirma. En Palestina, su labor es apoyar a las oenegés locales y actuar de intermediarios con otros países para lograr mejoras en cuestiones como de salud y protección de la infancia. «Intentamos dar visibilidad a las situaciones que se producen para que se actúe sobre ellas y apoyamos proyectos culturales con la intención de que la identidad cultural palestina no se diluya debido a la ocupación de su territorio por parte de Israel», comenta Elizabeth.

«Al no ser población autóctona sentimos menos la presión que nuestras socias locales, a las que han atacado sus sedes»

Ella ha notado que en los últimos años la situación se ha ido complicando en Palestina. «Va a peor para Gaza y Cisjordania, se han multiplicado las detenciones a defensores de los derechos humanos y se han impuesto más prohibiciones a nuestro trabajo», lamenta. También cita los bloqueos que realiza Israel sobre el terreno, el último de combustible. «En la Franja hay electricidad cuatro horas al día; el resto del tiempo son necesarios generadores para tener activos los hospitales, lavar la ropa, cocinar».

En Ramala hay menos problemas. «Es una ciudad con los mismos servicios que puede tener Badajoz». Pero al abandonar esta población la situación cambia. «Sentimos la presión de Israel a las organizaciones que denuncian la violación de los derechos humanos y sufrimos campañas de acoso, pero, al no ser población autóctona, no llegan al nivel al que se enfrentan nuestras socias locales, que sí sufren ataques violentos a sus sedes».

Peligros Folgado Cordovés

«Quería dedicarme a la cooperación cuando no existía ni el término»

Prefiere estar trabajando sobre el terreno, pero lleva varios años dedicada a las tareas de gestión de proyectos de la Fundación Atabal desde Extremadura. Peligros Folgado (60 años, Badajoz) siempre tuvo muy clara su vocación de cooperante. «Sabía que quería dedicarme a esto desde que a los 17 años una misionera vino a darnos una charla sobre lo que hacían en Nigeria; entonces no existía ni el término cooperación, eran misiones», rememora.

Los primeros pasos en este sector los dio en Guinea Ecuatorial y en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf. Con la asociación Amigos del Pueblo Saharaui, al ser enfermera, trabajó en la parte sanitaria del programa Vacaciones en Paz, con el que todos los veranos llegan niños saharauis a Extremadura.

Tras su paso por El Salvador, en misión de emergencia por los terremotos de 2001, y Sierra Leona, en un proyecto más amplio con niños soldado y esclavos sexuales, regresó a Extremadura para crear la Fundación Atabal. A partir de ese momento trabaja desde la región. «Al final, el objetivo es mejorar la vida de las personas y soy consciente de que hago más falta aquí», comenta.

«Captar fondos es difícil, a las administraciones públicas les llueven críticas cuando destinan parte de su presupuesto a cooperación»

Eso no quiere decir que haya dejado de acudir a Sierra Leona, donde la Fundación Atabal tiene ahora todos sus proyectos. Acude a hacer un seguimiento de las intervenciones. Y son varias. «Estamos creando escuelas y al lado de cada una hacemos un pozo que sirve para enseñar aspectos sobre higiene y salud a los alumnos y que puede ser utilizado por las tardes por parte de los vecinos», cita Folgado, que recuerda también la construcción de una maternidad, en un país que tiene una de las tasas de mortalidad materno-infantil más elevada del mundo, o el establecimiento de calendarios de vacunación.

Actualmente tienen activo «un gran proyecto de agricultura que da trabajo y formación a mujeres, así como otra iniciativa formativa con la que hemos conseguido sacar a más de 600 chicas de la calle y que aprendan peluquería, mecanografía, hostelería...».

Entre las ideas de futuro se plantean conseguir que las organizaciones locales con las que trabajan colaboren entre sí. «Se trata de irnos de allí; ayudarles y salir», expone Folgado, que sabe que todo esto no sería posible sin la labor que se hace de captación de fondos en España.

No es el mejor momento para obtener dinero. «Cuando una administración pública destina parte de su presupuesto a la cooperación internacional le llueven críticas», señala. Por ello, parte de su trabajo es concienciar de la necesidad de ayudar a las personas de otros países.

Javier Martín Pérez

«Solo es un granito de arena lo que podemos aportar pero quiero ponerlo»

A lo mejor es su elevada experiencia, pero Javier Martín (60 años, Segura de Toro) es muy consciente de lo que tiene alrededor. «Solo es un granito de arena lo que podemos aportar, pero quiero ponerlo para que las sociedades sean más justas y equitativas», dice tras 28 años trabajando en cooperación internacional al desarrollo.

Empezó en 1992, coordinando la llegada de familias bosnias a Extremadura tras la guerra. «Desde entonces he estado en 30 países», detalla este miembro de Movimiento Extremeño por la Paz.

Actualmente vive en Bamako, la capital de Mali, hasta donde se desplazó desde la parte oriental del país. «Empezamos cerca de la frontera con Burkina Faso y Níger y nos dedicamos al reparto de ayuda humanitaria, ya que la zona sufría una fuerte sequía y una plaga de langosta», dice Martín, que recuerda que en 2010 empezó el yihadismo en la zona y se movieron a la capital.

También modificaron sus proyectos. Ahora trabajan en la parte sur del país con cooperativas de mujeres campesinas. «Tienen unas cien socias de media en cada una», apostilla. «Creamos huertas comunitarias, hacemos capacitación en técnicas de cultivo, instalamos riego por goteo... Y ellas comercializan sus productos, lo que les aporta independencia económica».

«En Mali, trabajamos con cooperativas de mujeres campesinas y hacemos campañas contra la ablación genital»

Trabajan líneas de educación e higiene y realizan campañas contra la ablación genital femenina. «Las hacemos con personalidades locales, para acercar el tema los malienses y que no vean el tema de la ablación como una cosa de blancos», indica.

Movimiento Extremeño por la Paz no ha olvidado el reparto de ayuda humanitaria, ya que la guerra contra el yihadismo en la parte norte y las matanzas de civiles en el centro del país están llenando los campos de refugiados del sur y de los países limítrofes.

Mali es una zona de conflicto. Nadie lo adivinaría al escuchar el tono tranquilo con el que Javier informa que «hace 15 días hubo un golpe de estado». Eso ha obligado a suspender algunas de sus actividades previstas, pero la mayoría avanzan. No es la primera vez que él se encuentra en una situación similar. Ya estuvo en el golpe de estado en 2012. Esa vez tuvo que abandonar el país. Ahora ve la situación mucho más tranquila y aunque también dejará Mali, lo hará por motivos diferentes. «El 12 de septiembre tengo el vuelo a España; son mis vacaciones y volveré aquí en octubre», señala.

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