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Omar Sow, Raymond Aubacaire Boum y Lassana Kone, de la asociación Ébene, en el centro de la ciudad. :: lorenzo cordero
«Como a otros jóvenes, el trabajo nos condiciona»

«Como a otros jóvenes, el trabajo nos condiciona»

Una veintena de subsaharianos que viven en Caceres forman la asociación Ébene para ponerle voz a sus problemas

Martes, 29 de octubre 2019, 07:11

Se dieron a conocer con el grupo de teatro 'La resistance', con el que se han recorrido la región poniendo escena 'Yo a Ibiza y tú a Lampedusa'. Pero tras la alegría que transmite este grupo de aficionados a la interpretación (dirigidos por Marce Solís) cuando hablan de lo mucho que está gustando la comedia o de la segunda obra que han estrenado en Cáceres, subyacen las historias y dramas personales de una veintena de migrantes y refugiados instalados en la ciudad procedentes de diversos países del África subsahariana.

Hace un año, animados por el sacerdote Ángel Martín Chapinal, constituyeron Ébene, la Asociación de Subsaharianos en Extremadura. Su propósito no es otro que el de ponerle voz a sus problemas y cursar de manera formal cualquier solicitud ante las instituciones locales o autonómicas.

«El padre Ángel nos dijo que si teníamos algo que reclamar, así podíamos hacerlo legalmente y con voz, de ahí que hayamos hecho la asociación», comenta su presidente, el camerunés Raymond Aubacaire. Por el momento cuentan solo con socios afincados en la capital cacereña, pero su intención es integrar a otros refugiados de Mérida y Badajoz.

«Hay gente que nos rechaza y se dan casos de racismo, sobre todo al buscar piso en alquiler» Lunes y miércoles a las 20 imparten clases de bailes afrolatinos en la casa de cultura Rodríguez Moñiño

Ébene es en francés el árbol africano ébano, conocido por su madera oscura y resistente. «Por eso hemos puesto este nombre». «Cuando llegamos -explica- pasamos muchas cosas y peligros, y si estamos aquí es gracias a Dios y también porque nosotros hemos hecho mucho esfuerzo».

Él mismo arribó en una patera con 53 personas a Málaga hace tres años y medio. Tardó cinco en llegar a España, después de pasar por Nigeria, Níger, Argelia y Marruecos. Tuvo que abandonar su país por su orientación sexual. Las cosas entonces no estaban muy bien con su familia. Sin embargo, durante este tiempo en la distancia ha logrado recuperar la relación con sus hermanos, de lo que se siente orgulloso.

Agrupados ahora en Ébene, como cualquier otro colectivo, estos jóvenes subsaharianos de Costa de Marfil, Burundi o Guinea Conakry, sienten que Cáceres es una ciudad con pocas oportunidades laborales para echar raíces y planear el futuro. «Queremos vivir aquí pero somos como los chicos extremeños que tienen que marcharse fuera y estamos condicionados por el trabajo», asiente con resignación Raymond. Él está finalizando un curso de albañilería de la Universidad Popular y tiene la esperanza de encontrar un hueco en el sector de la construcción, donde ya había trabajado en su país.

Otro de los integrantes, un burundés de 36 años que prefiere no hacer pública su identidad y reside en la ciudad con su mujer, piensa igual. «Cáceres es tranquila, pero el problema es que es difícil buscar empleo». En su caso, ha obtenido un puesto temporal de seis meses en el plan municipal y desempeña funciones de ordenanza y auxiliar de turismo en los monumentos históricos, gracias al dominio de las lenguas española y francesa.

Este joven, que se exilió de Burundi por motivos políticos -el país está inmerso en una guerra civil con más de 500.000 refugiados- tiene la esperanza de que el conflicto cese para regresar a su tierra, donde ha dejado todo, familia y amigos. «Por mi parte yo quiero volver pero ahora es imposible, no tengo otra opción; tengo que quedarme y buscarme la vida como otras personas».

Pese a haber sido bien recibidos y acogidos en la ciudad (están muy arropados por la unidad pastoral Trébol, formada por las parroquias de Guadalupe, Sagrada Familia, Espíritu Santo y el Buen Pastor, y por la Plataforma de Refugiados de Cáceres), el color de la piel les sigue marcando en pleno siglo XXI. «Hay gente que nos rechaza y se dan casos de racismo, sobre todo a la hora de buscar piso en alquiler», asegura Raymond. «Hablas con una persona por el móvil y te dice que sí, pero cuando ven que eres extranjero, sobre todo africano, te dicen que está alquilado». Como su compañero, echa de menos el lugar donde nació, pero es consciente de que su lucha está hoy en nuestro país, porque la situación social en los suyos es complicada. «Nadie puede vivir bien fuera de su tierra», admite.

Omar Sow, de 30 años, y Lassana Kone, de 36, son también miembros del colectivo. Los dos participan en un programa de acogida de ACCEM, una oenegé que presta apoyo a refugiados. El primero quiere matricularse en un curso de la escuela taller municipal, y el segundo desea acceder a un puesto de trabajo al término del programa asistencial.

Fútbol y baile

En este año Ébene ha echado a andar, y además de fundar el grupo de teatro que tantas satisfacciones les está dando, practican fútbol y dan clases de baile en la casa de cultura Rodríguez Moñino, donde tienen asignado un local para desarrollar sus actividades. Los lunes bailan danzas africanas y los miércoles ritmos latinos. El horario de las clases es de 20 a 22 de la noche y las imparten un chico africano perteneciente a la asociación y otro colombiano. Son gratuitas para los socios y tienen un coste de 15 euros al mes para el resto de interesados. «Queremos dar a conocer nuestra cultura», declaran. Con Ébene ya están dando pasos firmes para ello.

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