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SOL GÓMEZ
Martes, 1 de septiembre 2020, 07:55
Es lunes y a las siete de la tarde Estrella se enfunda en las mallas, se ata las zapatillas y coge su esterilla, sin olvidar la mascarilla porque a las 19.15 horas tiene una cita con el deporte. Es el ritual que repite todos los días de la semana, a veces incluso dos veces al día, para ir a la clase de pilates, aeróbic o gimnasia de mantenimiento. Y así desde hace más de quince años. «Yo no podría estar sin ir cada día a mi horita de ejercicio, porque me distraigo, me siento más ágil y porque me hace muy feliz», confiesa esta vecina de Gargáligas de 71 años, que ha encontrado en el ejercicio físico un alivio para el cuerpo y sobre todo para la mente. Estrella Romero es solo una de los cientos de personas, principalmente mujeres de hasta 14 pueblos, que asisten a las clases que cinco dinamizadores deportivos imparten semanalmente por toda la comarca de las Vegas Altas. Se trata de un servicio que ofrece la Mancomunidad Integral Guadiana, que tiene su sede en Medellín, y con el que tratan de promover y fomentar la práctica deportiva de manera habitual y continuada en los municipios mancomunados. Cierto es que la mayoría de asistentes son adultos, especialmente mujeres y tercera edad, aunque Fulgencio Sierra es la excepción que confirma la regla.
Cada semana, desde hace muchos años, acude a pilates y gimnasia de mantenimiento junto a su esposa. «Desde que comencé a impartir las actividades deportivas en el año 2002 es la primera vez que tengo a un hombre en mis clases», confiesa Alejandro Hidalgo, coordinador del servicio. Un hecho por el que se encuentra encantado «y ojalá se apuntarán más dejando a un lado la creencia de que esto es solo para mujeres o qué dirán mis amigos si me apunto».
Esa es una batalla que Fulgencio, enfermero de profesión y ya jubilado, dejó de tratar de ganar hace tiempo con los demás hombres de Gargáligas donde reside. Toda su vida ha tratado de impulsar iniciativas de educación para la salud, tanto entre los jóvenes como entre los mayores. «Pero en los pueblos, muchos prefieren estar en la barra del bar y ni se plantean si es o no beneficioso el ejercicio, porque tienen asumido que eso no va con ellos o tienen miedo al ridículo y al qué dirán», insiste.
Él, además de caminar cada mañana siete kilómetros, considera que socializar a la vez que se practica ejercicio es necesario para tener una vejez saludable. «Me empecé poniendo siempre al final de la clase por si no cogía bien los pasos, pero ya lo hago igual que el resto de alumnas», confiesa.
Pero algo tan vital como las clases deportivas en los pueblos que en muchos casos rondan los 500 habitantes quedaron anuladas por el estado de alarma. Sin embargo, durante el confinamiento, la actividad de monitores y usuarios no paró. Cada semana recibían sus vídeos para realizar en casa los ejercicios y que se siguieran manteniendo en forma. «Pero no era lo mismo», afirma Estrella, para quien asistir a clase implica algo más que hacer ejercicio porque sales de casa un rato, ves a las compañeras, charlas antes y después de las clases, y haces un poco de vida social, comenta esta gargaligueña, quien ve en su monitor a alguien «ya como de la familia, porque lleva aquí desde 2002 y le hemos visto echarse novia, casarse y tener hijos».
Raquel Carmona es otra usuaria de Hernán Cortés que estaba deseando que las sesiones presenciales se retomaran en el mes de junio. A ella lo que más le gusta es el Gluteboom, una nueva modalidad de ejercicio «al que estoy enganchada por es muy cañera, y me sirve para desestresarme y salir de la rutina», explica. En este municipio las usuarias son de todas las edades, desde las más jóvenes hasta las mayores «como mi suegra que con 73 años no falta a las clases de pilates».
Sin embargo, no todos están pudiendo disfrutar de ese privilegio, puesto que ahora, con la reducción de aforo para mantener las distancias no se permiten más de 20 personas por grupo «cuando antes teníamos grupos de hasta 40 o 50», explica el dinamizador. De este modo, «hubo que abrir un plazo de inscripción y hay quien madrugó y guardó cola para no quedarse sin su plaza», asegura Alejandro.
Y eso que este año las actividades veraniegas poco o nada tienen que ver con las habituales de otros años. La gimnasia y el aeróbic acuático no ha podido impartirse porque las piscinas municipales están cerradas «y con el calor que ha hecho este verano, imagínate en los pabellones deportivos o la casa de cultura».
Pero no ha sido la única incomodidad de este verano. A ello se ha sumado el hecho de tener que llevar mascarilla mientras haces ejercicio. «Solo te la puedes quitar cuando sean ejercicios de intensidad, pero para el resto hay que llevarla puesta», explica. La distancia de seguridad entre las propias usuarias también está claramente delimitada, de tal modo que cada una se coloca en una cuadrícula y de ahí no se mueve.
También ha cambiado el uso del material deportivo, que hasta ahora cedían los ayuntamientos y se quedaba guardado hasta el siguiente día de clase. Para no tener que desinfectar a todas horas las colchonetas cada cual debe llevar la suya propia de casa.
Pronto acabará el curso estival y habrá que hacer la matrícula para el próximo curso, por cuyas clases pagan 20 euros anuales. Las colas volverán a formarse a la espera de conseguir una plaza, no solo para la práctica de ejercicio, sino para llenar una hora diaria de satisfacción personal en buena compañía.
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