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Inés Asama (de pie), es una de las voluntarias mayores que enseñan informática.
Un espacio para la libertad

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Voluntarios mayores enseñan informática a 150 presos en Badajoz y Cáceres

evaristo fernández de vega

Viernes, 25 de mayo 2018, 22:00

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Francisco Javier Aparicio ya está preparando su currículum. Ahora permanece recluido en el Módulo Terapéutico del centro penitenciario de Badajoz pero pronto podrá continuar su proceso de reinserción en un centro de rehabilitación. Después, saldrá en libertad. «Por desgracia no es mi primer ingreso en prisión, pero esta vez voy a salir limpio y fuerte para afrontar la reinserción social y laboral».

Quien así habla lleva diez meses ingresado en la Unidad Terapéutica de la cárcel. A sus 39 años, Francisco Javier paga por los errores que cometió cuando era libre. «Nunca había tenido el privilegio de estar en un módulo así. Normalmente he estado en módulos más conflictivos. Aquí hay más normas, al principio cuesta un poco adaptarse, pero después uno se da cuenta de que es lo mejor para trabajar tu persona».

Augusto Durán coincide en esta idea. En su caso, trabaja como educador en el Módulo Terapéutico, una especie de comunidad los 60 internos se reparten en grupos, cada uno con un líder reservada a los reclusos que necesitan superar una adicción al alcohol o las drogas.

El compromiso es mayor, pero también las ventajas porque en el Módulo Terapéutico no hay espacio para el aburrimiento. Salvo en las horas de recreo, ningún recluso permanece en el patio y durante el resto del día funcionan la escuela, el taller de manualidades, un pequeño gimnasio, la sala de terapias y la ciberaula.

Este último servicio se estrenó por primera vez en una cárcel española hace ahora diez años. Esa es la razón por la que esta semana se ha organizado un homenaje a los 38 voluntarios mayores que desde hace nueve años llevan el aula de informática de la prisión pacense.

«Jamás pensé que iba a tener la felicidad que siento al ser voluntaria: con esta actividad completé mi vida», confesaba este jueves Inés Sama, una argentina afincada en Olivenza que descubrió la informática en el Centro de Mayores de su localidad. «Me dieron la oportunidad de aprender a manejar este pequeño monstruo dice mientras señala a un ordenador y ahora somos profes. Hay chicos que saben mucho más que nosotros, pero estamos tan unidos a ellos que no parece que estemos en una prisión».

La ciberaula de Badajoz fue impulsada por el Programa de Personas Mayores de la Obra Social La Caixa con la colaboración de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias y en sus nueve años de funcionamiento han pasado por ella 810 internos.

Un servicio similar se presta en el Centro de Mayores Plaza Mayor de Cáceres, desde el que se ha atendido a 254 internos del Centro de Integración Social Dulce Chacón, el lugar en el que terminan de pagar su condena los presos recluidos en la capital cacereña. En este caso, son los internos con permiso para salir de prisión los que se desplazan al centro de mayores para mejorar sus competencias tecnológicas.

Tanto el aula de Badajoz como la de Cáceres están dotadas con ordenadores para la realización de prácticas individuales. «Aquí preparamos nuestro currículum. También hacemos edición de textos, usamos distintos tipos de letras, escribimos cartas para el Día de la Madre y del Padre... Yo en la calle no me acordaba de mis padres pero este año les he mandado una carta a cada uno. También tenemos nuestro ratito de ocio y cuando terminamos escuchamos música», explica Francisco Javier Aparicio.

«La ciberaula es una revolución», expresa Carolina Raya, que un día a la semana deja su módulo, exclusivo para mujeres, para asistir a una una actividad en la que también participan hombres.

Carolina tiene 36 años y aprecia el apoyo que recibe de los voluntarios de Avimex, la Asociación de Voluntarios Informáticos Mayores de Extremadura de la que se nutre este programa. «Aquí estamos entretenidos, distraídos, nuestra mente está en otro sitio y nos llevamos bonitos detalles porque estos monitores son personas maravillosas».

De la aportación de este experimentado grupo de voluntarios ha hablado Consolación Serrano, directora gerente del Sepad. «Aquí se hace visible la solidaridad y la esperanza porque se consigue que el envejecimiento sea activo y que tenga sentido para personas que necesitan una especial atención».

En la misma línea se sitúa Marc Simón, subdirector del Área Social de la Fundación La Caixa. «Es fundamental contribuir a una sociedad que sea mejor, más justa y que dé oportunidades a quienes más lo necesitan».

Cesáreo Montero de Espinosa, director de la prisión pacense, tiene clara la misión del programa. «La presencia de estas personas voluntarias refuerza los programas de reinserción que desarrollamos».

«Evidentemente no somos profesionales, pero se hace un trabajo maravilloso confirma Manuel Lancharro, voluntario a sus 80 años. De aquí nos llevamos muchas emociones y también aprendemos, porque las carencias enseñan».

«Yo no sé ni los años que me quedan para salir, pero cuando entro en la ciberaula vivo una experiencia diferente porque las voluntarias, como personas mayores que son, saben muchas cosas de la vida», resalta Antonio de Muñoz, que aprovecha este espacio informático para elaborar los guiones que realiza para un programa de radio dedicado a la ciencia con el que colabora desde la prisión.

«Yo no pregunto nada, sólo escucho... He visto lágrimas, muchas lágrimas... Nos comportamos como si fuéramos una minifamilia, porque Carolina podría ser mi hija», añade Inés Asama, que cuando llegó a la prisión aprendió del trabajo que ya realizaba María Ángeles Veleda, procedente del Centro de Mayores Campomayor, ubicado en la barriada pacense del Gurugú. «Siempre estoy deseando que llegue el viernes para venir aquí confirma esta voluntaria, cuando veo al grupo esperando me siento orgullosa».

Con este espíritu disfruta María Ángeles de cada hora de formación. Sabe que el objetivo final es contribuir a la reinserción de quienes necesitan una segunda oportunidad. «Aquí hay algunos chicos que viven en mi barrio y cuando los veo en libertad me quieren como si fuera de la familia. Me da satisfacción saber que he hecho algo por ellos».

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